La luna se clava en mis labios,

y como luz de cristal proboca la sangre

que alguna vez dejaste conservandose

en pequeños huecos de tiempo.

Comunes entre nosotros,

la luz del tiempo,

solo radicará.

La eternidad de la espera

desbordaba el dolor ensangrentado,

rompiendo así toda ilusión,

todo el tiempo,

tanto tiempo,

y todavía ahí sigue el tiempo

carcomiendo mi cerebro,

condenandome a pensarte.

La frágil agonía de tu paso por mi mente.

La sensualidad mortecina no es la muerte, encontrás en esta estética belleza de lujuriosa muerte, la que no tiene tristeza, la de las divas de miel y rosas. Las mujeres que desarman y sangran pensando en el alma que piensa, y por pensar no es alma...

El cuchillo no es de metal, es de luna plateada; la sangre no es sangre sino flores diluidas; los labios no son labios sino formas de seducción creadas para el hombre inmune e insípido.